Hacia final del verano pasado apareció en mi perfil de Facebook un recuerdo de hacía 11 años. Al parecer había escrito una frase que pretendía ser motivadora: «Se acaba el verano, ahora empieza lo bueno».
Pensé si realmente habían ocurrido cosas buenas desde entonces. Casi por inercia escribí ahí mismo, en Facebook, hechos destacables en mi vida desde ese final de agosto de 2009 hasta el 2020. El crecimiento de mi familia, la defensa de mi tesis doctoral, el trabajo como profesor que se me presentaría siete meses después, los libros y las traducciones publicadas, los amigos…
Algunos me felicitaron por los logros conseguidos. Y la verdad es que, si se lee el texto, parece que estos 11 años han sido un paseo triunfal. No es como muchos cuentos de redes sociales en las que todo parece felicidad y una vida idílica.
La verdad es que me ha resultado muy terapéutico mirar hacia atrás y descubrir logros y bendiciones. Es lo que tiene mirar a lo lejos, hacia el horizonte, desde lo alto del tiempo que ya ha pasado, donde se ve una imagen más orgánica y justa de lo que ha ido ocurriendo. A veces, ni el alpinista es consciente de la magnitud del camino hasta que alcanza la cima y disfruta, merecidamente, del paisaje privilegiado, amplísimo.
Estos 11 años no han sido fáciles. Sin ir más lejos, en el mismo 2009 había sufrido un problemilla cardíaco que nos dio un buen susto a todos. El día a día se vice con el pie en el fango de la rutina y de las dificultades. No todos los caminos se recorren con paso ligero y una canción en los labios. Hay muchos días para olvidar y esos sufrimientos diarios, ese batallar constante contra las dificultades nos pueden hacer olvidar esos pequeños y grandes logros que vamos consiguiendo.
Por eso, ha sido un terapéutico vistazo al pasado.