Ayer fue Navidad. Recuerdo del nacimiento de Cristo y estreno de la última película de Pixar, Soul. Creo que no yerro si digo que la Navidad y el film van del sentido de la vida.
Me quedo con una frase: «La chispa no es el propósito de tu vida, sino que significa que estás preparado para vivir». Nadie nace con el sentido de la vida completo. Hay que ganárselo. La vida se completa con nuestras acciones. Y las acciones pueden ser buenas o pueden ser malas. Estas nos construyen para bien o para mal. Ya lo decía El Quijote: «El hombre es hijo de sus obras». Lo que hagamos hoy, eso seremos mañana.
Pero siempre me he preguntado si el sentido se crea o se encuentra. ¿Somos seres a los que se les ha perdido el manual de instrucciones o es que tal «libro» nunca existió? Hoy es difícil responder que el manual existe. Para pensar lo contrario debemos incluirnos en el mundo de los creyentes. En ese mundo que, tras dos siglos de Ilustración, queda mayormente desacreditado. Sin embargo, aparecen películas como Soul (y muchas otras) en las que se respira el anhelo de creer, anhelo de infinito, anhelo de lo incondicionado, de lo que no cambia con las modas ni con el relativismo.
Por eso, brotan, como setas en el bosque húmedo, los remedos de otras tradiciones espirituales ajenas a nuestro occidente. En Soul aparece una muestra más de ese fenómeno bastante familiar ya en el mundo del celuloide que es la transferencia de conciencia. Un cuerpo queda sin alma y se introduce en él otra, de otra persona. Como si esto fuera posible. Como si Descartes no estuviera pasado de moda. («Pienso, luego existo, ¿y mi cuerpo? ¿Qué cuerpo? Ya elegiré yo el que quiera».) Pero se lo podemos perdonar a los guionistas porque sin este artificio no habría fábula. Además, insisten en decir los personajes que todo este montaje es hipotético.
Y este anhelo multiforme empuja a la humanidad a querer trascender, a superar los propios límites, a crear, crear, crear, hasta el éxtasis, Todo deseo tiene su objeto de satisfacción, pero ¿es que este gran anhelo por lo incondicionado no tiene meta? Quizá el Niño de Belén nos pueda dar alguna pista.