¡Hola, amantes de la filosofía y la literatura!
Hoy vengo a hablaros de algo que me apasiona y que, aunque suene un poco a trabalenguas, es mi pan de cada día: cómo integro conceptos filosóficos en mis tramas de ficción. Porque sí, detrás de cada historia, hay un proceso de investigación y de meditación, que me hace sentir mitad filósofo, mitad detective. Entiéndase meditación en el sentido metafísico y contemplativo de la idea y las escenas. Preparaos para descubrir cómo torturo (metafóricamente, claro) a mis personajes con dilemas existenciales dignos de Aristóteles y Nietzsche.
La chispa inicial: Curiosidad
Todo comienza con una pregunta que no me deja en paz. Puede surgir mientras pelo patatas, mientras lucho con mi impresora (que parece tener un alma traviesa), o mientras releo a algún clásico. El caso es que esa pregunta se pone cómoda en mi cabeza y empieza a contarme secretos. Y pasa bastante tiempo hasta que la idea se asienta. Le voy dando vueltas. Algunas se pierden, pero otras se van plasmando en escritos cortos de escenas o desarrollo de la idea o se quedan grabadas en audios registrados en el móvil. Utilizo también una aplicación de gestión de tareas que me ayuda mucho a recordar ideas que hayan pasado por mi «fluir de conciencia». Me permite dictar con voz y guardar en texto escrito.
El laberinto de la investigación: Libros, artículos y charlas al viento
Una vez tengo esa chispa, me zambullo de lleno en el mundo filosófico. Y aquí es donde empieza el verdadero mambo. Contrasto las ideas, las pongo a prueba, leo artículos y libros relacionados. Y veo vídeos en YouTube de charlas . Intento empaparme de la base teórica Por ejemplo, si quiero explorar el concepto del libre albedrío, me sumerjo en las teorías de san Agustín y Kant y el asociacionismo de ideas de Hume. Si se trata de la naturaleza de la realidad… bueno, preparaos, porque en ese caso me lanzo a por Platón, Hume, Aristóteles, Kant… el que haga falta.
Filosofía y ficción: La alquimia de conectar puntos
Aquí es donde la magia sucede. Una vez que he llenado mi cabeza de ideas y teorías, empiezo a bosquejar tramas y personajes. Me encanta encontrar maneras creativas de manifestar esos conceptos filosóficos de una forma que el lector pueda sentir y vivir con intensidad. Pongamos que estoy escribiendo sobre el dilema de la identidad personal (algo que, por si no lo sabíais, le tenía «acojonado» a John Locke). Imagino a un personaje que, tras un extraño accidente, despierta con los recuerdos de otra persona. Esto me permite explorar preguntas como “¿Qué nos hace ser quienes somos?” o “¿Es nuestra identidad algo fijo o puede cambiar?” Además, hay una gran pléyade de películas que tratan estos temas y habitualmente desde el punto de vista empirista anglosajón. «Blade runner» u «Oblivion» son buenos ejemplos.
Conversaciones ficticias: Diálogos para reflexionar
Un truco que empleo es hacer que mis personajes discutan sobre los mismos temas que me obsesionan. Estas conversaciones (que a veces se convierten en jugosos debates) no solo permiten que la filosofía entre de manera natural en la trama, sino que también invitan al lector a reflexionar por sí mismo. Por ejemplo, en esa misma historia sobre la identidad, dos personajes podrían tener una acalorada conversación sobre la relevancia del alma versus el cerebro en la formación del yo. Así, entre la tensión de la trama y los desafíos a los que se enfrentan, el lector también puede ir sacando sus propias conclusiones.
El betatester filosófico: Pruebas con lectores de confianza
Ningún proceso creativo está completo sin una buena retroalimentación. Hay que buscar buenos amigos que estén dispuestos a leer y a no tener pelos en la lengua. Deben decirte lo que careces y lo excedes. A veces, sus comentarios me hacen ver que algunas ideas no son tan claras como pensaba y me obligan a replantearlas.
El toque final: Pulir hasta brillar
Finalmente, después de revisar y revisar (y revisar un poco más), llega el momento de darle el toque final. Aquí es donde aseguro que los conceptos filosóficos estén tan bien entrelazados con la trama que enganchan al lector desde el primer hasta el último párrafo. Y si alguno de vosotros siente la emoción de querer debatir con el propio Aristóteles al cerrar el libro ¡objetivo cumplido!
Así, mi proceso de integrar filosofía en la ficción es toda una aventura. Cada historia se convierte en un viaje no solo para mis personajes, sino también para mí como escritor y, espero, también para vosotros como lectores.
¿Alguna vez os habéis planteado integrar conceptos filosóficos en vuestras historias? ¡Contadme en los comentarios!
Hasta la próxima, filósofos literarios.