Un mundo de filosofía y fantasía

“¿Adónde te escondiste?” Así empieza el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, ¡porque al mismísimo san Juan de la Cruz se le pierde Dios! Pero, bueno, ¿no es un santo? ¿No se supone que los santos están cerca de Dios? Pues no, o sí, no lo sé, pero a san Juan de la Cruz se le pierde Dios. Es un hecho. Lo dice él mismo: “¿Adónde te escondiste, Amado?” ¡Caramba!, que además es su Amado, la Persona en la que pone su corazón, su vida entera. ¡Y lo ha perdido! Pero, ¿qué has hecho, Juan, para perderlo? Y anda por ahí preguntando: “¿Adónde te escondiste?, pero ¿dónde te has metido? ¿Juegas al escondite o algo así?” Bueno, bueno, Juan, ¿se esconde Él o no sabemos buscarlo nosotros? Vaya dilema. Por mi parte, colaboro en resolver la segunda parte. Con este librito me propongo que el lector sepa buscar a Dios. Que se esconda o no es cosa suya y algo que se nos escapa; o sea, que no podemos hacer nada al respecto. Pero sobre el saber cómo buscarlo, tenemos mucho margen de acción; o sea, que podemos hacer mucho. Y para ayudarnos a ello nace este libro. ¿Encontraremos a Dios después de leerlo? Yo solo digo que indico los caminos que apuntan hace la existencia de Dios para que todo el mundo lo entienda; que no es poco. Ea, pues, lee ¿Adónde te escondiste?, que aprenderás mucho, acaso descubras a Dios y te lo pasarás pipa.

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Querencio narra las aventuras de un muchacho que, después de la desgraciada muerte de su gran amigo, no le encuentra sentido a la vida. Inconforme con las convenciones sociales de sus mayores, que se han mostrado inútiles para sus necesidades más profundas, decide abandonar su tierra y se embarca en una búsqueda que no estará exenta de obstáculos y dificultades. Un esbirro de su padre le sigue los pasos y su vida queda a merced de los acontecimientos. Científicos, brujos, salvajes, piratas y hasta monjes van mostrando al protagonista, por las buenas o por las malas, su propia visión del mundo. Su huida inicial se convierte en una búsqueda de la verdad que le va conduciendo a la necesidad de un sentido global.

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Traducción de un conjunto de ensayos escritos por Robert Hugh Benson sobre temas variados como la infalibilidad papal, el futuro del catolicismo o el espiritismo.

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«No quiera saber vuestra merced cuál es el destino de vuestra familia, porque en cuanto a su abuelo alguna idea tuvo, pero quizá le hubiera valido lo mismo no saber nada. No en vano su barco se llamaba «Fatum», como los antiguos romanos se empecinaban en nombrar a ese destino terco y plomizo que descendía desde el Olimpo hasta sus miserables vidas. Destino; ¿es que acaso conoce vuestra merced lo que significa esta maldita palabra? Me caiga yo mil veces de bruces a tierra si lo sabe. Cuando acabe de leer este relato habrá averiguado por las malas su sentido. Así son los hechos descarnados de los cuales yo fui testigo.»

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¿Se puede descubrir a Dios con la razón?

Desde siempre me he preguntado si hay manera de descubrir la existencia de Dios. Y no me refiero a la fe que cada uno pueda haber heredado en casa. La razón es nuestro instrumento primario para hallar conocimiento y verdad. Pero, ¿es capaz de descubrir un ser que está completamente más allá de sí misma? Si se puede, debe haber algo común entre el universo y ese ser supremo. Debe haber dejado algún tipo de huella en la naturaleza.

El mundo funciona según reglas que la razón puede descubrir e interpretar en fórmulas matemáticas.  ¿Serán las matemáticas el lenguaje que Dios usó para dar leyes al universo?

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¿Qué es el ser humano?

Nietzsche solía decir que el ser humano no es más que un puente entre la bestia y el superhombre; hecho a medias, que aspira a convertirse en un ser que esté por encima del bien y del mal. Y en algo tenía razón. Todo ser humano es un proyecto por realizar y tiende a algo más allá de sí mismo. Siempre nos cuestionamos, nos preguntamos, necesitamos hallar sentido. Por eso vivimos en perpetua inquietud.

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