Me dedico sobre todo a ser esposo y padre. También doy clases y, de vez en cuando me asaltan algunas inquietudes intelectuales.
Se me ocurrió hace algunos años embarcarme en una tesis sobre un tal Robert Hugh Benson, un inglés peculiar, y raro, muy raro; casi como yo. Desde entonces he prologado libros de este señor y algunos hasta los he traducido a la lengua de Cervantes.
A veces me da por escribir ficción. El problema es que mis libros son difíciles de catalogar. Mi novela Querencio, por ejemplo, cuenta las aventuras de un chaval que se escapa de casa y se va de viaje por tierras extrañas para ver si su vida adquiere algún sentido. ¿Y qué pasa? ¿No podía encontrar el sentido de la vida en su casita, sentado en su sofá? Pues parece que no. Al final ya no sé si el libro es de filosofía o ficción. Quizá la gracia está en que es los dos a la vez y, además, me han dicho que combina ambas de forma ágil y seductora. Y yo me lo creo.
No puedo negar que me va el rollo filosófico, pero me molesta que la filosofía sea un tema exclusivo de personajes sesudos y decrépitos, la mayoría ya muertos, por cierto. Necesitamos un dar un toque vital, que las ideas cobren vida, incluso hasta el límite de la transgresión: porque las ideas tienen que tocar tierra. El mundo de Platón quedó desierto hace siglos. Así que me dio por abrir un blog titulado “Cápsulas filosóficas”, donde intento hacer esto posible; que no es poco.

Acabo de publicar ¿Adónde te escondiste? un libro fácil de leer, con ideas seductoras para un tema apasionante: la existencia de Dios.